viernes, 8 de noviembre de 2013




La vida que llevamos está formada por las semillas que sembramos. Las semillas de nuestra vida las sembramos nosotros no los demás.

Las intenciones salen, no entran.

Los árboles, y sus flores y sus frutos salen de una semilla. Y los resultados, las relaciones, los estados mentales y emocionales de nuestra vida son el efecto de nuestros pensamientos, nuestras palabras y nuestras acciones. Y la semilla de, o el primer movimiento, de nuestros pensamientos, palabras y acciones es la INTENCIÓN.

Una intención pura y fuerte, manifestará acciones, palabras y pensamientos puros y fuertes. Los resultados de una semilla de mango sembrada y bien cuidada será, con el tiempo, un hermoso árbol de mangos.

Si tenemos cuidado con la calidad de la siembra, no tendremos porqué preocuparnos por lo que cosecharemos o tener congoja en el corazón al momento de la siega.

Algunas veces pasamos por la tentación, o la oportunidad, de culpar a otros por los resultados que tenemos; de responsabilizarlos por nuestra vida. En ese momento estamos echando fuera nuestro poder de un modo deplorable. El ambiente en el que vivimos nos influye, sin duda, o viene a convertirse en el terreno sobre el que tenemos que sembrar y actuar. Pero seguimos conservando el poder de elegir lo que habremos de sembrar. Como dijimos, las intenciones salen, no entran. El medio no tiene el poder de decidir lo que habremos de expresar y, por lo tanto, puede sólo buscar influir (a veces con insistencia) nuestra elección. Pero la elección está siempre en nuestro corazón. Siempre.

Todo lo que sembramos, en nuestro jardín lo sembramos. Recordemos esto con fortaleza y con esperanza. Recordemos también, con alivio y compasión, que todo lo que los demás siembran, en su propio jardín lo siembran. Hay montones de personas haciendo maldades a los demás o desquitándose de las maldades que les hacen; creen que sólo están regresando el mal a su fuente, pero no es así. Están sacando malas intenciones de su interior y sembrándolas en su jardín, con el pretexto pobre de haber sido víctima de la maldad de otro. Las intenciones que sembramos crecen, recordémoslo, y sembremos algo que nos haga felices, que proporcione a nuestra alma alimento, sombra y descanso.

A veces, aún, hay momentos difíciles. Acciones de los demás que parecen tocarnos. Momentos en que el espacio de la elección parece disminuir. Pero aún en esos momentos, elegimos qué hacemos y en quién nos convertimos. Sembremos felices y sepamos que, cuando somos fuertes y sabios, hasta el estiércol que otros parecen ir dejando por ahí, puede ser usado como abono para nuestros árboles predilectos. Recordemos que lo importante es sembrar, no lanzar estiércol más rápido y más lejos.

“Él empezó” es algo que no sólo dicen los niños pequeños, cuando quieren desvincularse de la responsabilidad por sus acciones. No tiene sentido (en todo caso, no tiene un sentido sabio) buscar separarnos de nuestra responsabilidad, porque no es posible que nos separemos de los resultados de nuestras acciones. Cuando los resultados desembocan inevitablemente en nuestra propia vida, el control más perfecto y la mayor responsabilidad por lo que pensamos, decimos y hacemos se convierte en un aliado formidable y en una bendición divina. En un jardín en el que germina y crece lo que sembramos, tener la oportunidad de elegir las semillas que usaremos es la ventaja definitiva, la prerrogativa salvadora.

“Por sus frutos los conoceréis”, dijo el Maestro. Y de los frutos que sembramos comeremos después de la cosecha, es bueno recordar. Lo que al momento de la siembra parecía pequeño y baladí, se verá bien grande y claro. Vivamos en el presente, fielmente, pero recordemos también el futuro, pues nuestras acciones madurarán y el futuro se convertirá en el nuevo presente en el que viviremos. No permitamos que una enseñanza hermosamente espiritual se convierta en la cómplice del descuido y la decadencia de nuestra vida.

“Por sus frutos los conoceréis”, de nuevo, y de la maravilla de la semilla habla la majestuosidad del árbol. Que el respeto, la sencillez y la bonanza de nuestra vida hablen del cuidado que tuvimos al sembrar. De la veneración y la habilidad con las que utilizamos este misterio divino, de sembrar en el universo inalterable, neutro y aparentemente poco probable, las intenciones invisibles de nuestro corazón,momentáneamente ocultas a la mirada de todos, pero portadoras del fuego divino que habrán de manifestarse ante nuestros ojos y los de nuestros hermanos por acción de Aquél/Aquella de quiénes somos hijos. Que nuestras acciones den testimonio del noble linaje del que proceden nuestra alma y nuestro Espíritu, aún nuestro cuerpo, porque la misma Sabiduría lo sostiene.

Elijamos nuestras intenciones, pues serán los progenitores de nuestra expresión en el mundo. Cuidemos nuestros pensamientos, palabras y acciones, puesto que son los agentes de nuestras acciones. Y nuestras acciones determinarán nuestro destino. Recordemos que la oración es provechosa y que la acción es una oración muy fuerte porque acompaña con la energía de nuestra alma y nuestro cuerpo al amor y la fe con los que aceptamos el poder manifestador del Gran Espíritu en, y através de nuestra vida.

Tenemos con nosotros la tierra, el agua, el sol, el viento…el surco, las semillas y el tiempo. Y tendremos árboles, flores y frutos. La cuestión es, ¿Qué sembraremos?


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