viernes, 8 de noviembre de 2013





El Amor hace el bien: a nosotros y a los demás. Lo hace por naturaleza o lo hace con intención, pero siempre hace el bien. Da bienestar, con explicaciones o sin ellas.

El ego puede lastimarnos y lastimar a otros, y aún así hacernos pensar que hicimos lo correcto y que el mundo está al revés. No da bienestar sino justificaciones.

A veces lastimamos a la gente que amamos.

A veces nos lastimamos a nosotros mismos mientras intentamos seguir un camino de crecimiento espiritual. Si bien la intención es necesaria para el crecimiento, también lo es la observación de los resultados. Y no tenemos porqué pensar que es útil algo que, habiendo sido emprendido para procurarnos un bien, nos está trayendo un mal.

De vez en cuando caemos en un error de nuestro proceder. Tomamos una idea preconcebida sobre cómo deberían ser las cosas para atacar enseguida a toda la creación por no ser lo que debería. Desde luego, las ideas espirituales no necesariamente nos protegen contra este error, ya que son las que más fácilmente nos dan un ideal de lo perfecto o de lo orientado hacia lo perfecto. Son el camuflaje perfecto para este defecto.

Así es como un acto diabólico toma lo angelical para escudarse. Así, una tendencia dañina se apropia de lo sagrado para evitar que veamos su fealdad mientras se dedica a condenar y maltratar todo lo que percibe. Como una especie de Santo Inquisidor interior que se proyecta de vez en cuando hacia fuera.

Este inquisidor puede hacer sentir miserables a las personas que están alrededor y que la persona que lo manifiesta conserve su miseria mientras encuentra buenas explicaciones para la misma y para creer que está bien: que está haciendo lo correcto y que se está separando de la humanidad pecadora y defectuosa a la que juzga, aunque él mismo no cambie nada. Para sentirse superior no tiene qué hacer nada: sólo juzgar. Este es el dulce veneno de esta actitud.

¿Cómo podemos liberarnos (y liberar a otros) del daño que se esconde tras estas sutilezas? Regresando todo a la simplicidad, claro. Si atacamos no hay amor. Si amamos no hay ataque. Hay que prestar atención al propio corazón y saber cómo se siente con lo que estamos haciendo. Hay que escuchar los sentimientos y las voces de los demás, que son una retroalimentación externa que nos puede enseñar cuál es el efecto que tenemos en nuestros hermanos. Podemos ver el mundo y saber si lo que hemos puesto en él es aquello con lo que queríamos contribuir. Debemos tener el corazón, los oídos y los ojos muy abiertos para poder ponernos en contacto con lo que nuestros razonamientos inquisidores pretenden ocultar. No es a través de la reflexión de lo que está y lo que está mal como podemos escapar de estas garras. Es a través del acto muy crudo y muy simple de no atacar.

Si hay amor no hay ataque.

¿Por qué no podemos fiarnos únicamente de nuestro juicio o de nuestras facultades de razonamiento? Porque es una característica de la mente humana el creer siempre que tiene la razón y que está bien. Obsérvalo: unos porque hacen el bien y se regocijan por ello; otros porque hacen el mal y tienen un pretexto que lo justifica. Pero ambos creen que están bien. Incluso cuando aceptamos que estamos mal y cambiamos de opinión, la mente pasa automáticamente a pensar que “está bien” por haberse dado cuenta de que “estaba mal”. Así que nuestros razonamientos sólo pueden llevarnos a pensar que estamos en lo correcto, sin importar cuántas veces los repitamos.

Necesitamos observar, necesitamos escuchar. Necesitamos darnos cuenta si lo que estamos consiguiendo es lo que queríamos crear. Necesitamos ver si estamos poniendo en el tapete de la existencia las fibras más delicadas de nuestro corazón, las más fuertes y preciadas. Necesitamos escuchar cómo se siente nuestro corazón. Necesitamos ver cómo se sienten los demás. Necesitamos observar los frutos de nuestras acciones en el mundo. Y darle un respiro de simplicidad a nuestra mente:

No puedes amar mientras estás atacando, sin importar cuántos razonamientos.

Si damos amor no necesitamos juzgar. Si no juzgamos no podremos atacar.

Así enderezamos primero nuestra percepción y entonces sabremos cómo actuar.

Los niños saben que cuando se paran de cabeza el mundo se voltea. Sólo los adultos son tan ingenuos como para pararse sobre su cabeza y emprender después una cruzada para enderezar al mundo.

Amar y dejar de atacar es como colocarnos de nuevo sobre nuestros pies y con la cabeza hacia el cielo. Amar abre nuestro corazón y nuestra mente y nos permite percibir mejor.

Es diabólico un acto a través del cual condenamos al mundo entero, aunque se base en las ideas espirituales.

Porque el Amor del Gran Espíritu quiere salvar al mundo entero, sin importar las acusaciones o los defectos.

¿Cómo podemos siquiera pensar que estamos actuando en nombre de Dios cuando estamos haciendo justo lo contrario a lo que hace Él/Ella? Lo que es Divino a lo Divino se parece. No justifiquemos nuestros actos perjudiciales con disquisiciones color de paraíso.

Podemos usar mal lo mejor de nosotros. Pero también podemos descubrirlo y corregirlo.

Porque la gasolina no sabrá diferente aunque la pongamos en una botella de agua. Lo que nos trae sufrimiento no puede ser sagrado. Lo que bendice al mundo Es Sagrado, precisamente porque lo bendice y trae la dicha. El agua nos quitará la sed, independientemente de la etiqueta que tenga la botella que la contiene. Y nuestro cuerpo reconocerá el sabor.

Así es con el Amor y la Verdad.
Donde hay Amor Perfecto no hay juicio. Y donde no hay juicio no hay tampoco ataque.
Que en tu corazón haya Amor Perfecto. Y Sabiduría en tu mente.


No hay comentarios:

Publicar un comentario