Érase
una vez, no hace mucho, pues podría estar ocurriendo hoy mismo, en
un lugar no muy lejano, pues podría ser aquí mismo, un personaje
desconocido, o no tanto, pues podrías ser tú mismo, escribía
tranquilamente una historia que decía lo siguiente:
El
pobre Tiempo se sentía solo, nadie sabía decirle por qué se estaba
tan triste, pero él no lo podía evitar. Sentía como si la gente
hubiese dejado de quererle, como si le hubiesen abandonado, ¡como si
le odiasen, incluso!
A
veces le parecía oír murmullos de voces que le echaban las culpas
de cosas que él no conocía, cosas de las que él no tenía la
culpa. Unas veces oía decir “Yo lo haría si tuviera más tiempo…”
otras escuchaba “No tengo tiempo, que sino te ayudaría…”.
Esas
voces sonaban angustiadas, tristes. Estresadas. Y le echaban a él
las culpas, pero ¿cómo iba a ser él el responsable de la falta de
tiempo de cada uno? Él daba la misma cantidad a todos, así que
¿cómo unos son felices y otros se sienten angustiados teniendo
todos lo mismo?. Estas y muchas otras preguntas pasaban por la cabeza
del pobre señor Tiempo que cada día estaba más desconsolado.
Hasta
que un día, decidió que ya estaba bien, averiguaría qué es lo que
parece faltarles a todos, qué es eso que tanto ansían… y para
ello, decidió que preguntaría, y a ello que fue.
Bajó
al mundo y en su bajada encontró una bonita golondrina que al verlo,
fue ágil y rápida a saludarlo. Él, que conocía a cada una de las
criaturas a las que daba tiempo, la reconoció y le dijo así:
·
Hola, amiga, ¿Qué tal por las alturas?
Y tras explicarle su
problema, la esbelta golondrina respondió:
·
Pues mira, querido Tiempo, yo soy feliz con el tiempo
que tengo, pues tengo suficiente para volar y verlo todo desde
arriba.
Y el Tiempo, satisfecho
con la respuesta, se despidió y se alejó paseando. Más allá, en
un camino pedregoso pudo ver una vieja tortuga caminando despacito y
pensó que a ella le podría preguntar:
·
Buenos días, señora tortuga ¿cómo va su camino por
la tierra?
Y la sabia tortuga,
después de escuchar su planteamiento y de una larga reflexión,
contestó tranquilamente:
·
Yo, amigo Tiempo, soy feliz. Pues, aunque algunos
piensen que al ir tan lenta pierdo el tiempo, gracias a eso mismo
tengo suficiente para darme cuenta de todos los detalles que otros
pasan por alto.
Y el Tiempo, satisfecho
con la respuesta, se despidió y continuó su viaje.
Mientras
seguía caminado observó dentro del mar un grupo de delfines jugando
y riendo juntos y decidió preguntarles también a ellos.
·
¿Qué tal, delfines, en vuestro nado por el amplio
mar?
Y estos, tras oír su
pregunta, respondieron alegres y risueños:
·
¡Nosotros somos felices, Tiempo! Tenemos todo el que
queremos para estar juntos, jugar, divertirnos… ¡No necesitamos
más!
Y el Tiempo, satisfecho
con la respuesta y con un coro de risas alegres de fondo, se alejó y
volvió a su hogar.
Mientras
volvía, pensaba en sus amigos y en sus respuestas, y nada le
cuadraba, pues si ninguno estaba descontento con el tiempo que tenía,
¿por qué él seguía sintiéndose tan mal, tan triste y
solo?
Entonces
se hizo la luz en su cabeza: No había preguntado a las personas.
Decidió que tendría que poner remedio a eso y, rápidamente, sin
perder tiempo, bajó al mundo cayendo, casualmente, en medio de una
calle en la que todos llevaban traje, maletín y el móvil pegado a
la oreja, todos parecían estresados, todos iban corriendo.
Sin
saber muy bien a quién preguntar, se acercó a una mujer como
cualquier otra, tan agobiada como todos los demás y antes de que
pudiera decirle nada, ella le miró y le dijo con voz cortada:
·
Lo siento mucho, pero ahora no tengo ni un minuto para
usted, ya llego tarde.
Y
rápidamente entró en un taxi que salió disparado hacia el centro
de la cuidad.
El
Tiempo estaba anonadado, ni siquiera había podido saludarla,
preguntarle cómo van las cosas y dónde ha dejado todo ese tiempo
que le falta; simplemente ¡No había tenido tiempo!
Paseando
por la ciudad, iba mirando a la gente, gente que corría de un lado
para otro, gente que llegaba tarde, gente cansada de pasar todo su
tiempo de un lado para otro, gente que, si les hubiera preguntado,
habría dicho sin asomo de duda que no eran felices porque su tiempo
era poco, porque necesitaban más.
Pensó
entonces en la tortuga, en la golondrina y en los alegres delfines,
ellos no habían dudado ni un momento a decir que estaban satisfechos
con su tiempo. ¿Por qué entonces el ser humano vivía tan
estresado?
Y
en ese momento su cabeza de iluminó con la respuesta: los hombres y
mujeres del mundo tendrían que aprender. Aprender a volar como la
ágil golondrina, a ver las cosas con otra perspectiva. Aprender de
la sabia tortuga el arte de darle la importancia que se merecen a las
cosas pequeñas, a los detalles. Aprender a disfrutar el tiempo con
los demás, a reír y a compartir como hacen los delfines.
Solamente
así tendrían suficiente tiempo para todo. Solamente así llegarían
a ser felices.
Fdo:
Un Personaje Cualquiera.
Y
así termina la historia que un personaje desconocido escribe, tal
vez, ahora mismo en, tal vez, un lugar cercano.
Cuando
alguien encuentre esta historia el hombre estará muerto, pues al
darse cuenta tarde del problema, irónicamente, se le acabó el
tiempo.
Paula
Contreras Gil